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Lady Zandela Xierweiya Lin Lyn

Música.

Música. Sonidos que se entrelazan entre mis cabellos, como un beso lanzado al aire. Sonidos que rompen brutalmente el silencio, con violencia, con pasión... Sonidos que, como delicadas flores, mueren rápidamente, y renacen eternamente. Voces que se pierden en la inmensidad, que cautivan y encantan, hechizando al oyente. Instrumentos que, modificados a lo largo del tiempo, son más electrónicos que reales. Combinaciones incombinables, la posibilidad de imaginar algo que no se haya creado aún; rescates, melodías perdidas, palabras... Todo tipo de palabras, cualquier idioma, expresando amor, odio, rebeldía, una causa por la que luchar... sentimientos. O no expresando nada. Música basura... que prolifera como la mala hierba en verano, sin nadie que la detenga, porque a la masa le agrada, mientras unos pocos que no se contentan con el borreguismo de esa maldita masa, buscan por otros caminos un modo de satisfacer a sus oídos. Miles de tipos de músicas combinados, multiculturalismo, pluralismo... para lo que conviene. Todo se mezcla para dar a la luz nuevas creaciones, intentando sorprender al oyente, enganchar al oyente... complacer al oyente. Cantantes de ópera, cantantes de rock, poperos venidos a menos, punkies consumidos, hitos desconocidos para la cultura actual... Todos forman parte de una sociedad corrupta y desinteresada. Sin embargo, en pequeño número, aún resiste un poco de decencia en algunos seres a los que sí puede llamarse humanos. Mensajes de extraordinaria profundidad se mezclan con banalidades que interfieren, producto de la estupidez humana, esa de la cual el ser... el hombre es tan característico. Se les impone, y como borregos lo aceptan, sin pensar «¿Por qué?». ¿Para qué pensar? Bailar, cantar... seguir la melodía de la cantante de ópera que en un espectáculo hace estremecer al público; cantar junto al rockero del escenario mientras se desgañita e incluso se tira por el suelo mientras el público lo vitorea salvajemente; escuchar discretamente al trompetista del metro; o emocionarse con las grandes letras del cantautor que dirige sus palabras hacia las causas aclamadas. La música, el distintivo de un pueblo, cojea, pero no muere.

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